Tomó todo lo que pudo, su ropa, sus zapatos, su camiseta de Pink Floyd que estaba colgada, tomó sus utensilios personales, sus escrituras a medias, recogió los pedazos de cristal resquebrajado, se dedicó a observar detenidamente cada esquina de ese lugar en donde había sido tan feliz la mayoría de las veces, la esquina que había sido testigo de su amor, vio las bocinas que acompañaron las canciones que él por ella escuchó, pasó por última vez sus dedos por la superficie plana del escritorio donde habían hecho el amor... y siguió tomando lo suyo.
Fue dejando una tras otra las palabras que tenía puestas en el alma, tratando de no llorar en el intento desgarrador de soportar extrañar su café, le empaquetó en celofán las ilusiones nuevas y las marcó con un "ya no voy a volver".
Recogió sus memorias, sus libros, su descontento que no cupo en la maleta y había que dejarlo ahí. Se sentó por última vez en esa silla recordando las veces que abrazados él mordía sus caderas, respiró los suspiros que quedaban manteniendo una rutinaria fuerza vital.
Abrió la puerta una vez para imaginarlo sonreír como lo había hecho tantas veces al verla llegar... el corazón le conmovió las ganas de quedarse mientras una voz en su interior le recordó que no había marcha atrás y que era el momento.
Dejó la taza medio vacía sobre la mesa, un collar, una foto, un anillo y millares de recuerdos más su olor... el tirón de la puerta enmudeció el adiós. Ella se fue una noche y él jamás dio motivos para verla volver.
Ni toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido...
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