Los brazos del sol madrugador abren sus ojos, es temprano, no se han oído aún las campanadas de las seis, su cama se ve tan estática que ni se cree ella haya dormido ahí, ha sido difícil controlar sus sueños y pesadillas para poder volver a "dormir".
Décimo sexto día, suspira, sostiene sus pensamientos y va por el café.
Le habían dicho que cualquier ser humano común tarda 16 días en acostumbrarse a algo, 16 días en formar rutina y ella estaba pisando el tan ansiado día en que pudiera acostumbrarse a estar sin él.
Los anteriores al décimo sexto han sido una escuela... Despertar con los brazos del sol antes de las seis, buscar la sonrisa adecuada para cada día, tapar con gafas los vestigios nocturnos del llanto, suspirar enfriando el café, ir y venir de un lado a otro y huir para no verlo pasaditas las tres. Uno que otro día la vida la desafió teniéndolo que ver a los ojos con cordialidad,, sutileza y suavidad... 16 días aún no bastan pero en algún momento tendrá que creerse y la rutina debería ser suficiente para enseñarse a si misma que podrá vivir sin él.
A pesar de todos sus avances sin duda no ha podido controlar, los deseos de escucharle al llegar la nocturnidad, pasadas 12 horas desde las seis, aún le cuesta contener la respiración, calmar la rapidez de su corazón, contener el nudo en su garganta cuando escucha el "Hola, buenas noches" que él pronuncia sin saber que al otro lado del teléfono es ella, a la que la rutina no ha podido enseñarle a dejarlo de querer.
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