Parada en la calle te vi; cómo ves a un extraño partiendo, sin decir nada, caminaste dándome la espalda, pero de una manera hedonista tú despreocupada caminata me ha recordado la razón por la que te amo tanto y por la que seguiré de pie.
Es esa extraña simpleza que tienes para amar, esos ojos soñadores que se vuelven sensualmente provocadores, el olor de tu alborotado cabello entre mis manos… por eso y más tengo razones suficientes para escribir de ti.
Pero si hay algo que ponga mi orgullo contra al piso, algo que doblegue lo que soy es esa manera tan tuya de besar y de recorrer mi cuerpo abalanzado sobre mi mundo, tu voz ronca cuando me dices lo que yo quiero escuchar y los juegos mentales con los que me sometes a placer.
Cuando te vi alejarte con tus jeans desgastados y esa camisa que guarda mil historias, cada uno de los momentos que existieron afloraron a tu piel, esa piel que he marcado a besos… esa piel en la que dibuje mi destino.
Estoy aquí, en el lugar de siempre, en donde finges la misma indiferencia entre un gato y un ratón justo antes del ataque y yo en señal de rendición termino cediendo a tus antojos que al final son los míos también; esos, somos nosotros, esclavos de nuestros deseos. Porque al final de esta batalla, nuestra perdición habría sido anunciada; estos, somos nosotros los que nos encontramos donde siempre y al final damos la espalda al recuerdo…
Si será siempre así nadie lo sabe pero lo que sabemos es que mientras queramos estaré puntual a la hora, añorando que esos ojos me hagan estremecer y para que tus labios me maten con una sonrisa en donde después te marcharas a tu mundo real en el cual tú y yo somos dos extraños.
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