Hacia mucho tiempo que no escribía y debo admitir que se debió a un estancamiento que conocemos los escritores como bloqueo, no es que pretenda ser escritora realmente solo soy un intento de, en mi afán de desahogo de lo burda que es la realidad.
Quisiera empezar la historia diciendo por qué el año fue lo que fue, o lo que creo que pudo haber cambiado las cosas, en dónde nació el presagio del dolor, quizás muy a mí manera a lo que puedo culpar por mi tristeza.
Si me remonto a las primeras horas del año, este año de hecho lo comencé diferente, por primera vez no amanecí el primero de enero con el amor de mi vida a mi lado y realmente jamas habría imaginado que era el presagio de lo que seria mi vida, día tras día hasta que Dios se apiade de mi. Fue un año de altibajos, de emociones, de locuras y aventuras, de cierres, de aprender a querer más y aprender a decir verdades.
Pudiera contarles mil y una cosas que este año hice pero no tendrían tanta relevancia como la que marcó mi vida y sus consecuencias, sabiendo que una de ellas me destrozó porque de todas las cosas que me ha ocurrido perderlo a él, al hombre del que tantas veces escribí con alegría, sinsabores, tristezas e ilusión fue el meteorito que extinguió la vida que guardaba dentro de mí ser, fue poner una bomba completa en mi futuro y terminar con lo planes para los siguientes 100 años de mi vida ¿se imaginan despertar y escuchar que el amor de su vida ha muerto? Justo a la media noche como cuando perdí a mi papá, la misma hora del anuncio, la hora cero, la hora de la oscuridad.
Mi derrota fue tan grande y desgarradora ante la cruel mentira del destino, que nos había dado por fin la tranquilidad de estar y querernos con locura; luego de tantas proezas, recelos, emociones, lágrimas y amor fue imposible ganarle a la naturaleza, es imposible vencer a Dios. Puedo decirles con total franqueza que ese hombre me cambió, lo amé y amo como a nadie más en esta vida y sé que él también lo sentía por mí.
Los hijos, la casa y el perro nunca fueron el plan, como hace años en otra nota les escribí, pero si existían las ganas, el compromiso y el deseo de fundar algo a largo plazo, un amor de años, un amor para la vejez como decía él.
Y lo nuestro fue así, un amor de días soleados y huracanes, de pestañas que provocaban tornados y ojos del mismo color del sol, de adorar sus manos tan cansadas y marcadas, de besar sus lágrimas cuando todo salía mal. Un amor no apto para la rutina de vida del ser humano común, un amor tan grande y único como libre, honesto, lleno de risas y franquezas que no creo nunca recuperarme de la herida que deja perder esos días de sol, esos huracanes, esas manos y el sabor a mar que de sus ojos se desprendía cuando la felicidad era tan grande que en un beso se sellaba con olas de emoción.
Lo demás que sucedió fueron sólo consecuencias. Consecuencia dejar el lugar donde tantos años compartimos, nuestro trabajo, nuestra vida ya conocida. Consecuencia y buena suerte encontrar otro camino, otro trabajo, otras expectativas.
Esas tres cosas fueron lo más relevante del 2021, el año del adiós. El adiós a lo simple y básico que fue cambiar un lugar de trabajo. Cosa muy distinta a dejar ir este amor tan grande que siento dentro, este enamoramiento tan inmenso que guardo por su voz, este anhelo por su risa. Ni se me pasa por la mente la idea de cerrar el ciclo, soltar o liberar como algunos me dicen, al amor de mi vida y es que ¿Cómo se suelta lo que siempre fue libre?
Este es el año del adiós, si. El adiós a la que era yo y ahora no existe. El adiós a lo que ya no ha de ser y la bienvenida a la aceptación, al día a la vez, a la soledad preferida, al luto perpetuo, callado y escogido, el adiós al sueño de vida que había construido y la fe latente en que he de encontrarle nuevamente un día otra vez.
Maktub.
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