Humeaba la taza de café sobre el escritorio, era tarde como siempre y la torre de control estaba lista para el cambio de controladores; se escuchaba el murmullo de la brisa chocar contra la pared de lo alto de la torre de control en el aeropuerto de Buenos Aires. Él retrasaba siempre su salida hasta entrada la noche, debía verle, aunque fuera de paso, aunque ya no importara...
Hacia un año que Miguel no la veía, desde aquel día en que ella lo descubrió todo y se había marchado sin mirar atrás con la decisión firme de no volver. Miguel y ella se conocían desde hacia dos años antes, él siempre vio en ella a una mujer sencilla pero plena, había algo en ella que le gustaba tanto que no entendía pero era imposible dejar de pensar en su voz, en su modo de caminar, en su risa cuando estaba nerviosa, en su comodidad para ser ella misma, en todo lo que era mágico en ella pero parecía que ella no lo sabia.
Miguel se apegaba al frío cristal, mirándola sin verla, sonriendo ante su taconeo, cediendo ante la presión de saberla inalcanzable. Ellos eran compañeros de turno en la Torre, y aunque lo que hacían era serio y lleno de concentración siempre encontraban el modo de pasársela bien entre risas y platicas interminables, aterrizaban y despegaban gracias a ellos todos los aviones del turno de 12 del medio dia a las seis de la tarde.
Ella era fanática del café de las cuatro de la tarde, siempre lo pedía negro, fuerte y sin azúcar mientras se sentaba en la cafetería de la torre viendo aterrizar los aviones en la compañía de Miguel, era algo increíble verla absorta de la belleza de esas bestias de metal que eran fáciles de dominar con las instrucciones correctas. Pero se sentaba en ese instante, puntual de las cuatro y Miguel se encargaba de la compañía, no importaba si Amanda quería hablar o quedarse callada, él siempre estaba ahí. Pero si había algo que les fascinaba a ambos era ver llegar el ultimo vuelo de la tarde, la ansia cansada de quienes esperaban por aquellos a quienes amaban, la espera voluntaria a la que se sometían, el encuentro feliz, las miradas entre quienes llegaban para quedarse por siempre con su amor, había algo de magia en ese ultimo vuelo de la tarde.
Parecía un secreto a voces que en lo alto de la torre, en donde los llantos de las despedidas, las nostalgias de los últimos besos, la alegría de los reencuentros y la espera interminable no los alcanzaba, se querían a miradas, a sonrisas, a charlas interminables con café, se querían mientras compartían el almuerzo, se querían cuando cada uno partía a casa en rumbos opuestos de la ciudad, se querían y de eso no había duda. Amanda llevaba ya un año trabajando de la mano de Miguel pero no le conocía realmente, Miguel siempre había sido reservado en cuanto a sus cosas personales, Amanda en cambio siempre era abierta con todo en su vida y no había quien no supiera de sus tres gatos, su madre y su sobrina que era su orgullo. Igualmente, a ella era a quien más se le notaba su amor por Miguel, desde que llegaba con dos espressos cargados, uno para cada quien.
Los romances habían comenzado en el motel a un costado del aeropuerto, una noche en que ninguno pudo volver a casa, una noche que presagiaba pasión y habían continuado en ese lugar, carente de lujos pero cómodo, todo marchaba bien, el amor fluía como los aviones elevándose contra corriente, seguros y obstinados... hasta ese día.
La temperatura había caído en buenos aires, y se esperaba el ultimo avión de la tarde, Miguel parecía nervioso, no entendía Amanda por qué si ese era su momento favorito del día, pero parecía que estaba distante, molesto por algo, usaba guantes ese día y ella lo entendía pues dentro de la cabina la temperatura era mucho más fría en estas temporadas. En punto de las 5:25 hora de Buenos Aires el avión aterrizó en la pista procedente de Madrid. Una a una descendían las personas del avión, Miguel recogió sus cosas y no espero a Amanda, bajo de la torre y marcó su pulgar pues su turno había finalizado, ella vio que el usaba un anillo en su mano y era la primera vez que lo veía, bajó corriendo sin marcar justo detrás de él para verlo caminar con la sonrisa en su rostro rumbo a una niña rubia de unos cuatro años que corría desesperada hacia él mientras su madre lo saludaba con el amor saliendo de sus ojos...
Amanda presentó su renuncia. El amor era una carga pesada de llevar cuando se sabia imposible, Amanda tomo al siguiente día en punto de las 10 de la mañana el vuelo hacia Alemania, el lugar en donde siempre había querido vivir con Miguel, pero se marchaba sola y con la maleta de recuerdos... Se sentía sucia, se sentía culpable, esa mujer - aunque no supiera su nombre- no lo merecía.
Amanda se marchó, y se escucharon en la torre muchos rumores de la razón, Miguel guardó silencio. Había pasado un año y el nuevo compañero de Miguel no daba tantas ganas de acompañarle con un café a las 4 en punto, Miguel se sentía ansioso, algo iba a pasar, lo presentía en cuanto la noticia llegó. Ese día, en el vuelo de las 5:25 pm procedente de Alemania llegaban unos restos mortales en vuelo comercial. Era Amanda. Ella había sufrido un accidente de transito en las calles de Múnich y regresaba fría, solitaria, vacía, sin espíritu, ni alegría, volvía a él... no habían más detalles de su muerte, al parecer su carro había volcado cuando iba a trabajar al aeropuerto, una muerte más y común. Miguel se había enterado a ultima hora, hubiera deseado no saberlo nunca mientras soportaba con resignación el dolor en su estomago, conocían muy bien el protocolo, la carroza fúnebre era la ultima en descender y él se había quedado después de su turno, ese ultimo vuelo seguía siendo su parte favorita del día, lo único que aun conservaba de Amanda, así que siguió esperando hasta el ultimo minuto para verla una vez más, aunque ella no pudiera verlo a él...
Hacia un año que Miguel no la veía, desde aquel día en que ella lo descubrió todo y se había marchado sin mirar atrás con la decisión firme de no volver. Miguel y ella se conocían desde hacia dos años antes, él siempre vio en ella a una mujer sencilla pero plena, había algo en ella que le gustaba tanto que no entendía pero era imposible dejar de pensar en su voz, en su modo de caminar, en su risa cuando estaba nerviosa, en su comodidad para ser ella misma, en todo lo que era mágico en ella pero parecía que ella no lo sabia.
Miguel se apegaba al frío cristal, mirándola sin verla, sonriendo ante su taconeo, cediendo ante la presión de saberla inalcanzable. Ellos eran compañeros de turno en la Torre, y aunque lo que hacían era serio y lleno de concentración siempre encontraban el modo de pasársela bien entre risas y platicas interminables, aterrizaban y despegaban gracias a ellos todos los aviones del turno de 12 del medio dia a las seis de la tarde.
Ella era fanática del café de las cuatro de la tarde, siempre lo pedía negro, fuerte y sin azúcar mientras se sentaba en la cafetería de la torre viendo aterrizar los aviones en la compañía de Miguel, era algo increíble verla absorta de la belleza de esas bestias de metal que eran fáciles de dominar con las instrucciones correctas. Pero se sentaba en ese instante, puntual de las cuatro y Miguel se encargaba de la compañía, no importaba si Amanda quería hablar o quedarse callada, él siempre estaba ahí. Pero si había algo que les fascinaba a ambos era ver llegar el ultimo vuelo de la tarde, la ansia cansada de quienes esperaban por aquellos a quienes amaban, la espera voluntaria a la que se sometían, el encuentro feliz, las miradas entre quienes llegaban para quedarse por siempre con su amor, había algo de magia en ese ultimo vuelo de la tarde.
Parecía un secreto a voces que en lo alto de la torre, en donde los llantos de las despedidas, las nostalgias de los últimos besos, la alegría de los reencuentros y la espera interminable no los alcanzaba, se querían a miradas, a sonrisas, a charlas interminables con café, se querían mientras compartían el almuerzo, se querían cuando cada uno partía a casa en rumbos opuestos de la ciudad, se querían y de eso no había duda. Amanda llevaba ya un año trabajando de la mano de Miguel pero no le conocía realmente, Miguel siempre había sido reservado en cuanto a sus cosas personales, Amanda en cambio siempre era abierta con todo en su vida y no había quien no supiera de sus tres gatos, su madre y su sobrina que era su orgullo. Igualmente, a ella era a quien más se le notaba su amor por Miguel, desde que llegaba con dos espressos cargados, uno para cada quien.
Los romances habían comenzado en el motel a un costado del aeropuerto, una noche en que ninguno pudo volver a casa, una noche que presagiaba pasión y habían continuado en ese lugar, carente de lujos pero cómodo, todo marchaba bien, el amor fluía como los aviones elevándose contra corriente, seguros y obstinados... hasta ese día.
La temperatura había caído en buenos aires, y se esperaba el ultimo avión de la tarde, Miguel parecía nervioso, no entendía Amanda por qué si ese era su momento favorito del día, pero parecía que estaba distante, molesto por algo, usaba guantes ese día y ella lo entendía pues dentro de la cabina la temperatura era mucho más fría en estas temporadas. En punto de las 5:25 hora de Buenos Aires el avión aterrizó en la pista procedente de Madrid. Una a una descendían las personas del avión, Miguel recogió sus cosas y no espero a Amanda, bajo de la torre y marcó su pulgar pues su turno había finalizado, ella vio que el usaba un anillo en su mano y era la primera vez que lo veía, bajó corriendo sin marcar justo detrás de él para verlo caminar con la sonrisa en su rostro rumbo a una niña rubia de unos cuatro años que corría desesperada hacia él mientras su madre lo saludaba con el amor saliendo de sus ojos...
Amanda presentó su renuncia. El amor era una carga pesada de llevar cuando se sabia imposible, Amanda tomo al siguiente día en punto de las 10 de la mañana el vuelo hacia Alemania, el lugar en donde siempre había querido vivir con Miguel, pero se marchaba sola y con la maleta de recuerdos... Se sentía sucia, se sentía culpable, esa mujer - aunque no supiera su nombre- no lo merecía.
Amanda se marchó, y se escucharon en la torre muchos rumores de la razón, Miguel guardó silencio. Había pasado un año y el nuevo compañero de Miguel no daba tantas ganas de acompañarle con un café a las 4 en punto, Miguel se sentía ansioso, algo iba a pasar, lo presentía en cuanto la noticia llegó. Ese día, en el vuelo de las 5:25 pm procedente de Alemania llegaban unos restos mortales en vuelo comercial. Era Amanda. Ella había sufrido un accidente de transito en las calles de Múnich y regresaba fría, solitaria, vacía, sin espíritu, ni alegría, volvía a él... no habían más detalles de su muerte, al parecer su carro había volcado cuando iba a trabajar al aeropuerto, una muerte más y común. Miguel se había enterado a ultima hora, hubiera deseado no saberlo nunca mientras soportaba con resignación el dolor en su estomago, conocían muy bien el protocolo, la carroza fúnebre era la ultima en descender y él se había quedado después de su turno, ese ultimo vuelo seguía siendo su parte favorita del día, lo único que aun conservaba de Amanda, así que siguió esperando hasta el ultimo minuto para verla una vez más, aunque ella no pudiera verlo a él...
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