Un fantasma, dos fantasmas, tres fantasmas... Toco madera y vuelvo a empezar.Corría incontenible, coqueta, graciosa, confiada mientras se escabullía de la mirada orgullosa de su padre. Seis años, vestido marinero a rayas, cabello negros como el azabache y ojos de color y dulzura acaramelada.
El dueño de sus suspiros, su primer amor, la veía saltar de alegría mientras el viento jugaba una contienda ante su inocencia; ella lo tomaba de la mano y lo encerraba en su mundo de felicidad, cuando se refugiaba en sus brazos la nenita lograba respirar sin dificultad, ya que esos, sus brazos, eran el único lugar donde su vida fluía, momentos en que cual cometa iba al cielo sin los pies de la tierra despegar.
Sentarse a su lado era un privilegio reservado para ella, oírle su voz estruendosa mientras le contaba el cuento del día, era la mayor ilusión de esas horas de luz. Le encantaban los cuentos de gigantes, de princesas a merced de un dragón, de frijoles que crecían y crecían, de dos niños que casas de dulces comían y el del hermoso pato que en cisne se convirtió.
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