Era así, noche tras noche, con el desconsuelo perenme pero con las ganas de volverle a tener. Al llegar la noche, lo único que deparaba era el ritual de cotidianidad de ver las noticias de las 9, repasar 82 canales a las 10 y reposar a las 11... dentro de cuatro paredes que no eran mas que una cárcel, un recordatorio de soledad.
Añorando a Morfeo en su cama, era mucho más fácil cerrar los ojos con resinación... fue así día tras día, hasta que él en su vida apareció. No era fácil para la Viuda solitaria pensar en compartir su cama de nuevo, en mostrar los vestigios de su cansancio a la madrugada, no era nada fácil soltar la desfigurada y complice almohada por los brazos calurosos y fuertes de un nuevo amor.
La primera noche estuvo llena de insomnios, de deseos, de palabras y seseos.
La segunda, la tercera, cuarta, quinta y sexta noche... fueron pequeños intervalos de 35 minutos por noche en los cuales estar juntos no significaba más que tomarse de las manos, mientras un gemido molesto salia de los labios del objeto de su amor pidiéndole dormir...
En la séptima, por fin en la séptima ella, la solitaria, la desconfiada, la rutinaria, la esclava de la perfección... pudo dormir y soñar a su lado. Y él, como el amoroso hombre que es, se preocupo por buscar el lado de la cama que les favoreciera a ambos, ese lado de la cama en donde abrazarla a cada sobresalto (esos que suceden en el traspaso de entre el sueño y la realidad) era mas fácil...
La séptima noche, después de dos sobresaltos... ellos pudieron dormir y soñar tomados de la mano.
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